Presentación La Música del Hielo en Enero en la Palabra - palabras de Jorge Alejandro Vargas Prado (Cuzco, Enero 2016)
Cuando escuché por primera vez la
poesía de Luis Alonso Cruz pensé que en sus versos se amplificaba el sonido del
álgebra o quizás el sonido de los nuevos elementos químicos de la tabla
periódica. También pensé que adentrarse en sus textos era como avanzar en una
habitación repleta, hasta las rodillas, de piedras preciosas. Pensaba también,
por momentos, en templos griegos de piedra como los que vi en los Caballeros
del Zodíaco cuando Seiya y sus amigos batallan contra los caballeros dorados en
las 12 casas.
Yo, a Luis Alonso Cruz, le tengo un cariño que se parece a un gran
caramelo que a su vez se parece a un diamante o a la amatista y celebro las
diferencias que encuentro en este poemario La música del Hielo con sus
anteriores trabajos.
La música del hielo es un
poemario que para mí, tiene dos formas. La primera, se relaciona a las
reliquias modernas europeas que imagino muy preciosas porque, si he de ser
sincero, nunca he visto una. Mi familia ha tenido objetos de porcelana o pequeñas cajas de música, pero siempre se
han tratado sólo de imitaciones baratas de aquellos objetos preciosos. Este
poemario se parece a los objetos de lujo que llevaban los pasajeros de primera
clase del Titanic. Las referencias al mundo culto de Europa son innumerables y
quien no tenga google a la mano puede llegar a marearse un poco entre el mar
Mediterráneo, los países escandinavos, la Europa occidental y, sobre todo,
entre sus principales pintores, escritores y mitos.
La segunda forma que le encuentro a este poemario es la de
un sofisticado aparato construido por algún tipo de tecnología que sirve para
comunicarse con los fantasmas del pasado a través de hologramas. Este poemario está
cargado de una gran tragedia familiar o, mejor dicho, está cargado del complejo
e intrincado nudo de emociones que surge del recuerdo de un padre ausente o
siempre en tránsito.
La primera imagen que se nos presenta y que es la metáfora
perfecta de la ausencia o del tránsito del padre es el mar inmenso. ¿Es el mar
una pared infranqueable?, ¿es el mar una suerte de pista de aterrizaje o de
despegue?, ¿uno llega o se va del mar?, ¿es posible esperar frente al mar el
regreso del ser que uno ama? El mar, en este poemario, más que devolver, quita
e intensifica las heridas o, mejor dicho, la soledad.
Sin embargo, el dolor no se muestra de buenas a primeras.
Esta nostalgia relacionada a la familia se intuye primero con la relación de diversas
metáforas galácticas que se entremezclan con el quehacer doméstico. Existe
también el dolor que experimentan los que saben que han crecido, los que tienen
conciencia de que han madurado.
Poco a poco (contemplando el mar, trasladándonos por
ciudades europeas verdaderas y ficcionales, descubriendo poetas y pintores)
entendemos que hay 3 conceptos que muy difícilmente se desligan, o mejor, de 3
conceptos que se confunden: el viaje, la muerte y, claro, la ausencia.
El libro avanza y el padre ausente, de pronto, se convierte
en un fantasma que ha utilizado este aparato tecnológico que son los poemas
para confundir su voz con la del yo poético. Todo parece hacerse pálido, el
otoño o el invierno se pintan en nuestra cabeza. El poemario es un álbum de
fotos donde los límites de tiempo y espacio se diluyen. La sensación bélica
aumenta cada vez más y es imposible no dejar de sentir que el padre ha
participado de uno o de varios conflictos armados importantes.
La siguiente etapa claramente identificada es una suerte de
pesadilla impresionista. El dolor y la nostalgia se intensifican y se
transforman en violencia. Da la sensación de que somos transportados en un
barco a través de una tormenta. El mar, nuevamente, aparece como un elemento
que resume el caos. El mar es la representación de los sentimientos del yo
poético.
Considero que la redención a este caos y a esta ausencia se
encuentra en la parte más musical del poemario que es justamente la que lo
clausura. La referencia a las grandes mentes de occidente se intensifica hacia
el final. El vino y el piano crean la música que, de golpe, nos transporta a
una Lima noventera, con referencias musicales contemporáneas. Así, este viaje
moderno termina en la capital del Perú que escucha a sus ídolos del rock inglés.
Este poemario es un viaje, es un constante devenir entre los
siglos, entre Europa y Latinoamérica, entre la guerra y la paz del hogar, entre
la familia y la ausencia, entre un sinnúmero de contrarios que se deja llevar
por el carácter embravecido del mar.
Jorge Alejandro Vargas
Prado
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