Textos de Eduardo Saldaña-Octubre 2023
Eduardo Saldaña es un joven poeta peruano que ha llegado a Fundador de Supernovas para darle un aire fresco, después de más de un año de silencio en el blog.
Que estos textos sean el inicio de más colaboraciones, a las cuales están invitados todos los lectores de este blog, así como a los seguidores de la página en Instagram y Facebook. Disfrutemos
Interpretaciones
personales de la desesperación
(Reescritura del origen)
Un
día descubrí la geografía de los paraísos artificiales y escribí mi primer
verso usando planetas y satélites que habitaban dentro del mismo espacio sin
gravedad. Un día tuve visiones tan conmovedoras, parecidas a poemas epistolares
trazados sobre los espejos rotos que hay en cada baño clausurado,
pertenecientes a hospitales públicos, donde conocí cientos de enfermos anónimos
quienes llevaban crepúsculos como corsarios negros en el ADN, mientras
convulsionaban bajo las revelaciones de arcángeles suplicantes, personificando
moscas celestes en el urinario, cuando alguien más les leían sus propios
testamentos apócrifos. Un día nacieron jardines y atardeceres desde mis
costillas y mi sangre lavó la ciudad que hoy ha desaparecido, porque olvidamos
el sacrificio de nuestros antepasados. Un día faltamos a clases para aprender acerca
de la gramática de los dientes de león que aparecían cuando el paganismo,
tantas veces negado por astrólogos nómades y fanáticos retirados, giraba hacia
nosotros, logrando que las plegarias del siglo pasado fueran al fin
contestadas. Un día acepté que ningún documento de identidad, podría demostrar
quiénes realmente hemos llegado a ser. Un día rompí nuestro álbum fotográfico,
porque recordé a todos mis familiares desaparecidos, jugando con mi cuerpo
despedazado, en alguna orilla rosada. Un día oí a las piedras confesar el
lamento de los profetas que lloraban proverbios y milagros secretos, capaces de
contradecir a todos los proverbios y milagros secretos anteriores. Un día
dibujé el infierno musical en el pétalo de la rosa, desde entonces, el rosal
creció sobre mi tumba. Un día aprendí a mirarme sosteniendo el vértigo que
causa convertirse en un anciano poseído quien ya no reconoce a su único hijo y
lo maldice por fingir ser otro. Un día pregunté por qué el origen del verdadero
arte no es la vida sino el desaliento a la vida y nadie supo contestarme ya que
ellos habían fallecido con los ojos abiertos. Un día mis amigos decidieron
conocer otros continentes y me dejaron solo, leyendo los libros que todavía no
han podido imaginar. Un día entendí que mi madre había plasmado las principales
súplicas que hice, solo para que siguiera conservando su fe. Un día supe que mi
padre era un cometa dibujando la noche, como un animal legendario sacudiendo
los arrecifes volcánicos del tiempo y que, debido a eso, no llegaba a casa
hasta que el amanecer lo volviera algo cercano. Un día conocí al sabio más
antiguo quien jamás dormía, ni cuestionaba paradigmas matemáticos o sombras
veloces mal esculpidas al ruiseñor de sus labios helados, y me dijo: libérate,
piensa en el lenguaje como en una enorme guerra milenaria sin armas ni
cadáveres y recuerda que, desde ahora, tu único reino serán las palabras, solo
las palabras, únicamente las palabras, nada ni nadie más que las palabras,
porque las palabras son agua.
Para
Emilio Adolfo Westphalen
Más allá de ese lago rosado donde los peces aéreos se
sumergen
como los pies desnudos de un muchacho con su cadáver
de leopardo disecado,
la muerte se apaga entre el talle o la sangre de las
hojas congeladas y marchitas,
al ser acostadas sobre el viento débil. Sobre la
cornisa de la ventana a contraluz.
Viento efímero como aquel rumor de armarios mal
cerrados.
Y la leche impaciente desde un primer amor atraído por
el goce y la sorpresa,
va también derramándose hasta extenderse entre
capillas vacías,
donde cada movimiento es infinito, cada tiempo es
artificio de navíos,
cual brebaje soportando las entrañas difuminadas del
amanecer .
Pero nada has visto sin imitar el gemido de los
pelícanos
cuando cubren sus alas como el vestido de una novia
desengañada.
Contando tus pasos, tus párpados que llevaban diademas
por años
y tu serena siempre terrible vejez, que te costaba
tanto, al igual que añorar
el oleaje del sol anticipado, rodeando las espaldas de
los bañistas,
y quedarse inmóvil, oyendo nuevos cantares, venidos
desde un órgano secreto.
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