Apocalípsis Ahora - Las Flores de Hiroshima de Diego Alonso Sanchez
Los festivales de poesía son generosos en muchas cosas, pero lo principal siempre debe ser la poesía. Este fue el caso del poema Flores de Hiroshima (poema inédito) que el vate Diego Alonso Sanchéz Barrueto leyó el día de ayer en el marco del Tercer Festival de Poesía de Barranco. Solo diré que admiren la belleza de la destrucción
Flores de
Hiroshima
Ichi
Breve, muy breve…
El fulgor que deja
la luciérnaga.
Hiroshima era una
ciudad de papel
gracias a los B-29 norteamericanos,
máquinas estúpidas
que dibujaban pájaros oscuros
sobre las calles.
“B-san”, clamábamos mientras sonaban
las alarmas de
evacuación
y desplegábamos los
protocolos de defensa antiaérea.
En
los árboles de alcanfor del parque Asano
brotaban
hojas de polvo.
Así pasaban los días,
impasibles,
bajo los fogonazos de
pétalos blancos.
En la primera plana
del Asahi de Osaka se publicó:
Todas las desgracias caerán un lunes 6 de agosto.
Ese día
los pájaros cantaron por
última vez
a las 8:14 de la
mañana:
era demasiado alto
como para saber que dentro
de un solo bombardero
existiera tanta luz.
Ni
Lluvia de fuego,
llanuras desoladas.
Inútil claridad.
Mizu, mizu, ¡agua, agua!
Desde los escombros el
aire ascendió en una exhalación oscura.
A varios kilómetros
sobre Hiroshima,
turbulencias de
arenilla y fragmentos de fisión
engendraron nubes venenosas.
Una lluvia gruesa
cubrió
140 mil cadáveres
con la serenidad de un Dios brutal.
Agua, agua. Mizu, mizu.
Los pocos que quedábamos
en pie
no teníamos conciencia
del desastre.
Ojos vaciados, piel desgarrada
y huesos calcinados
(miles de gritos mutilados
entre cuerpos indescifrables).
¡Mizu, mizu!
Algunos llegaron al
río Otta
y
se fundieron en su torrente
queriendo
aplacar el ardor.
Dibujados sobre sus
torsos desnudos
habían flores primaverales,
tatuajes dolorosos
del kimono
antes de desvanecerse.
En el ambiente
prevalecía un aroma eléctrico
y el cielo se deshacía
en gotas extrañas, demasiado grandes…
¡Son los norteamericanos! Nos están rociando
gasolina
¡Nos van a incinerar!
Y florecieron crisantemos
carmesí entre los despojos humanos.
El presidente Harry
Truman vociferó por la radio:
Si no aceptan nuestros términos,
pueden esperar un cascada de muerte,
algo nunca antes visto sobre la tierra.
Agua, agua.
Al poco tiempo
dejó de llover.
San
Cadena de deseos:
para llegar a mil grullas
se empieza con solo una.
Los informes de la prensa
fueron abrumadoramente discretos:
durante tres días no tuvimos
ningún reporte oficial
y la esperanza se diluía
entre los cascajos de piedra
que antes eran nuestros hogares.
Hasta que estalló la
rosa de Nagasaki.
A las 11:02 de la
mañana, del 9 de agosto,
120 mil personas fueron
vaporizadas en silencio.
A Hiroshima llegaron
científicos para hurgar entre los esqueletos
con electroscopios.
La Cruz Roja atendía
con ocho médicos a diez mil víctimas.
Nunca
antes hubo tanta ceniza para los altares.
Entonces el Emperador
Hirohito
sollozó por los
altoparlantes:
Si continuamos, la guerra no sólo supondrá la
aniquilación
de nuestro país
sino, también, de toda la civilización humana.
Todo ha terminado.
Ese mismo día otro B-29
desangró el cielo:
¡Flores de cerezo!, —cerramos
los ojos.
Mil grullas de papel
formularon un deseo.
(imagen realizada por los sobrevivientes de Hiroshima)
Comentarios
Publicar un comentario