Relatos desde Uzbekistan - El Libro de Márquez
En esta ocasión voy a presentar un relato que viene desde Uzbekistan. El autor es Sherzod Artikov y aquí algunos más sobre él:
Sherzod Artikov nació en la ciudad de Marghilan, Uzbekistan en el año de 1985. Se graduó en el Instituto Politécnico de Ferghana. Su trabajo consta principalmente de historias y relatos. Su primer libro “Sinfonía de Otoño” fue publicado en el 2020.
Trabajos previos han sido publicados en la prensa nacional, así como en revistas rusas y ucranianas tales como “Camerton”, “Topos” y “Autograph”. Fue uno de los ganadores del premio nacional de prosa “Mi Región Perla”. También ha colaborado en sitios web de literatura de Serbia (Petruska Nastabma), Montenegro (Nekazano), USA (Makonim), Kasajastan (Dactyl) y Turquía (Dilimiz ve edebiyatimiz).
El relato forma parte de su libro "Sinfonía de Otoño" y tiene como título: El Libro de Márquez
El Libro de Márquez
Amo Octubre. Es un
tiempo lluvioso, de ventiscas y a menudo nublado. Las hojas amarillas caen y
crujen bajo los pies, verlas en esa danza trae paz al corazón.
Aunque ayer fue un
día muy ventoso, hoy llueve. Al anochecer, todo parece más quieto. Un olor
agrio emerge del suelo que, mezclado con la humedad, se mete hasta el aliento.
La temperatura
baja lentamente y siento el frío en el balcón. Es momento de entrar.
Ya en la comodidad
de mi habitación contemplo el largo y gran librero. Fui hacia él y me detuve un
momento para pensar qué hacer. No estaba de humor para leer, me dolía la cabeza
y mi corazón latía fuerte. Un libro es lo último que me ayudaría.
Decidí sentarme y
recordé que Nafeesa no me había regresado el libro que ella había tomado. Se
había llevado “Cien años soledad” exactamente hace diez días. Desde entonces no
la he vuelto a ver.
Conforme el tiempo
pasaba el dolor de cabeza aumentaba. Me tomé unas pastillas con la ayuda de una
refrescante cerveza mezclada con una taza de café amargo. Decidí regresar al
cuarto.
…En la casa de del
frente, vivió una anciana rusa. Ella había muerto hace dos meses y fue cuando Nafeesa
y su familia se mudaron ahí. El hijo de la mujer se las había vendido.
El papa de Nafeesa
era militar y trabajaba en el complejo militar de la ciudad y ella, si mal no
recuerdo, estudiaba inglés en la escuela.
Nafeesa había
escuchado, por los vecinos, que yo tenía una vasta biblioteca privada. Lo
curioso es que nunca me lo preguntó, incluso aquella vez que nos encontramos en
la calle.
En esa ocasión solo
atinó a hacerme un gesto de asentimiento como saludo. Creo que se sentía incómoda.
-¿Puedo leer
alguno de tus libros?- la pregunta me sorprendió un día, cuando ella apareció
repentinamente al frente de mi apartamento.
Nunca alguien me
había pedido algo así, sin embargo, no pensé mucho y aún bajo el estado de
shock, la invité a pasar.
-¡Tienes muchos
libros!-Ella miraba la biblioteca y se regocijaba como una niña pequeña. Yo la
miraba parado y silencioso frente a la ventana, presionaba un cigarrillo entre
mis labios. No pensaba decirle algo, dejaría que ella se formara sus propias
preguntas. Además, no solía hablar cuando fumaba.
-¿Puedo llevarme
el libro de Jack London?- preguntó. Asentí en señal de consentimiento, luego
inhalé el humo del cigarro y le di la espalda. Ella tomó el libro y me lo
agradeció, sentí que lo hizo con todo el corazón.
-¡Muchas gracias! ¡Lo
leeré rápido!- el libro que había tomado era “Martín Edén”.
Desde entonces
ella venía tres o cuatro veces a la semana. No hablábamos mucho y ella siempre
parecía un poco confusa especialmente cuando no le prestaba atención. Comenzó a
conocer mi grado de indiferencia cuando me veía fumar cerca a la ventana, en
ese momento ella regresaba el libro cuidadosamente al librero y rápidamente se
iba. Ese ritual, se volvió nuestra rutina. Pero últimamente todo estaba
cambiando. Y no sé por qué.
Ya no fumaba en la
ventana y por el contrario me sentaba en una silla y no dejaba de mirarla. Ella
ya no estaba tan apresurada por irse y se paraba al frente de la biblioteca,
como siempre, y tomaba su tiempo hasta decidir cual libro tomar.
Esa tarde, luego
de una larga pausa, ella eligió “Cien años de soledad”. Lo miró con mucho
interés mientras caminaba al centro de la habitación.
-¿Te gusta leer literatura
de todo el mundo?-le pregunté mirándola muy de cerca. Cuando ella dio cuenta de
la pregunta y la situación, se sonrojó como un tomate.
-Sí, de vez en cuando
leo literatura de todo el mundo-dijo tratando de mantener la compostura
mientras pasaba las hojas del libro.
No era atractiva,
sin embargo, su comportamiento amable, sus suaves movimientos, una calma casi
confidente al mismo tiempo que un brillo particular en sus ojos la hacía muy
interesante.
-Has leído todos
esos libros?-
-Casi-le respondí
después de mirarla más de cerca
-Te envidio-lo
dijo mientras cerró el libro.
-Te gustaría una
taza de café-le pregunté mientras ella ya estaba dispuesta a salir-Hoy es el
clima está perfecto para uno-Nafessa ahora miraba a través de la ventana
abierta, tal como yo lo hacía. Había aprendido.
-Bueno, si no es una
molestia para ti-respondió aun confusa.
-¿Con o sin azúcar?-
-Si puedes, que
sea sin azúcar-
El café me hizo olvidar
la misantropía y timidez al mismo tiempo. Hablaba con entusiasmo de los libros
que leí y de mis autores favoritos. Ella me escuchaba con atención e interés.
Luego ella comenzó
a hablar y lo hizo con no menos placer y entusiasmo. Escuchándola, me di cuenta
que a ella le fascinaba la gente con mundo, como lo era yo. Sentí que los dos éramos
como dos gotas de agua y apareció esa dulce sensación de placer que no había
sentido por tanto años.
Cuando se fue,
estaba de nuevo solo con mis libros, como siempre. Estaba muy confundido y mi
corazón aturdido, pues acostumbrado a la soledad y quietud, otra vez empezaba a
deambular entre una serie de sensaciones.
Ahora, por primera
vez en años, me sentía profundamente solo, como si estuviera rodeado de cuatro
paredes totalmente oscuras.
Al día siguiente,
al salir de casa, me encontré a Nafessa en la calle. Ella y su hermana estaban
de camino a la escuela. Como de costumbre, la saludé con un gesto de
asentimiento y caminamos en silencio hacia la parada del bus. Quería hablarle,
pero me contuve. Quizás ella se avergonzaría porque había mucha gente alrededor
nuestro. Ya en la parada del bus, yo tomé un taxi y ella tomó el bus.
En el camino, recordé
el libro que ella había tomado la última vez y me pregunté si lo había leído. Me
dije que seguro lo había hecho.
Pasaron cuatro
días sin noticias. Al quinto, su ausencia me torturaba en mente y alma. Al
sexto, contrario a mi naturaleza, mi corazón estalló y comencé a ponerme
nervioso. Al sétimo, de nuevo comencé a fumar en la ventana, y con calma llegué
a la conclusión de que leer dicho libro en una semana era imposible, lo cual me
dio cierta calma.
…Ayer mi estado
mental se había deteriorado y no podía concentrarme en mi trabajo. Entendía
como se podía demorar, tanto tiempo, en leer un libro de 386 páginas. Eso me
rondaba la cabeza todo el tiempo.
Probablemente ella
no tiene tanto tiempo como yo, me decía. Despues de unos minutos pensé que definitivamente a ella no le gusto
el libro y di por sentado que nunca más lo regresaria.
Muchos de mis
colegas, en la oficina, no estaban interesados en la lectura, excepto Feruza
Anvarovna del departamento de Administración de Riesgos. Ella tendría casi
treinta y cinco años, era muy sincera e inteligente.
Durante el break, no
pensaba en otra cosa que preguntarle acerca del libro de García Márquez.
-¿Puedo
preguntarte algo Feruza Anvarovna?-ella estaba ocupada en sacar unos papeles de
su escritorio.
- Por supuesto, Humayun-
- ¿Cuánto tiempo te llevaría leer un libro de 386
páginas?-la pregunta la tomó por sorpresa y le hizo pensar un rato.
-Depende del tipo
del libro. Si lo encuentro interesante, podría terminarlo en 7 días. Si no, me
puede tomar hasta un mes.
Un poco después le
hice a uno de mis clientes la misma pregunta-Si lo intentara, probablemente, lo
acabaría en dos semanas-
De camino a casa,
le hice la misma pregunta al taxista-Para ser honestos, no me interesa leer-me contestó
mientras me miraba a través del espejo retrovisor.
Cuando llegué a
casa, me paré en el pasillo, apoyándome contra la pared sin entrar del todo.
-Esto debe tener
un significado-me dije- Si Nafessa me ha visto desde su ventana, probablemente
ella venga a cambiar el libro-
Me quedé ahí
esperando durante 20 minutos, pero nadie tocó la puerta. Como estaba
decepcionado, busqué en los bolsillos de mi pantalón la cajetilla de cigarros. La
caja estaba casi vacía, pero había un último cigarrillo. Eso me ayudó a
distraerme un poco y me dirigí al librero a tomar algunos de los libros que tenía
ahí.
Uno de ellos tenía
254 páginas y el otro tenía 83. Cogí un tercero que tenía 124. Me quedé con ese
último y el resto los devolví al librero.
Lo comencé a
hojear de principio a fin y decidí que ese le recomendaría a Nafessa la próxima
vez que nos viéramos.
…Moví mis
entumecidas piernas por la habitación. Luego me incliné en el espaldar de una
silla. El dolor de cabeza comenzó a menguar después de tomar las pastillas. Sin
embargo, mi corazón seguía latiendo muy fuerte. Tuve que reclinar mi cabeza en
el espaldar de la silla y cerré los ojos por un momento. La imagen de Nafessa
aparecía frente a mis ojos, una y otra vez.
Fue entonces
cuando entendí que mi ansiedad, mi estado nervioso y de mal humor durante estos
últimos diez días, era el resultado de esperar.
Desde que era
pequeño, me había acostumbrado a no esperar nada, pero ahora esperaba
encontrarla. Esperaba verla otra vez, escucharla que me hablara con su serena
voz y llenara la habitación con ese sonido. ¿Por qué me mentía a mí mismo? Después
de todo, no importaba el tiempo que tomara en leer el libro.
Cuando lo acepté,
repentinamente comencé a reír. Mi risa estaba llena de pena, anhelo y tristeza,
pero seguía riendo. Mi voz se hacía más y más fuerte.
Fue en ese preciso
momento que alguien tocó la puerta. Al principio no tomé mucha atención, pero
de nuevo volvieron a tocar. Antes de abrir me arreglé la corbata y me abotoné
la camisa, que estaban desacomodadas.
Nafessa estaba
ahí, parada en el umbral de la puerta sosteniendo un libro en la mano.
-Lo terminé
finalmente-me dijo mientras intentaba sonreír y al mismo tiempo me mostraba el
libro en la mano.
- Márquez me hizo sudar la gota gorda-
Octubre, 2019
Interesante relato, habrá que leerlo más, re rwfiero al autor.
ResponderEliminarInteresante relato, habrá que leerlo más, re rwfiero al autor.
ResponderEliminarse viene un segundo relato mi estimado, muy pero muy interesante
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