Desde la voz del microscopio hasta las voces del coro - Antimateria de Sebastian Miranda y Vidas y Muertes de San Jerónimo de Estridón de Javier Rivera
Debía este post hace 4 meses pero, en ambos casos, he disfrutado el añejamiento de las lecturas de dos buenos poemarios.
En esta ocasión haré una lectura entrelazada de Antemateria (2013, Colección Velarde) de Sebastian Miranda Brenes y de Vidas y Muertes de San Jerónimo de Estridón (2019, Aletheya) de Javier Rivera Martínez. Y decido que sea entrelazada pues ambos poetas tienen en común ser químicos de profesión y creo que la figura del entrelazamiento es cara para ellos.
Ya en el terreno de la obras, Sebastian nos propone la poesía desde el reino de la física cuántica - átomos que son versos, voces que vienen desde esa nada aparente. Voces pequeñas y condensadas.
Javier nos poetiza desde los predios de la física clásica - Los versos con sus propiedades acústicas reflejadas en muchas voces y tiempos. Reflejos de su vida en cristales.
El mundo de Javier está plagado de personajes que hablan desde su infancia, hablan con lenguajes y giros que no conocemos si es que el autor no nos da la clave para hacerlo:
el sol
le ve reptar
y saltar
aguas arriba
el sol
leve reptar
salta aguas arriba
el leve sol repta
aguasarriba
mientras le achicharra las escamas*
tras el televisor y el geranio sepia.
*frase coloquial usada en la familia del poeta
En cada punto de sus recuerdos, autores de fuera de ese universo familiar (como Wallace, Montalbetti,Paviot o hasta David Summers de los Hombre G) ingresan con sus frases como si fueran pedazos de la llave que nos puede abrir las puertas de esa vida que ya no existe. Cada epígrafe calza con exactitud de orfebre.
Sebastián por otro parte, nos habla desde ese lugar también misterioso que es la antimateria para arrancarnos dos verdades con las cuales debemos comprender su mundo:
a la poesía la soledad de mis canas
a la muerte el tiempo que ha tardado
y para seguir interpelando a nuestra realidad newtoniana ¿somos considerados cobardes los que aún nos gusta vivir entre los libros o los que damos la espalda a la realidad?
Evadir es la costumbre que tenemos para alivianar el peso
no por ello estamos condenados al exilio a la cámara de gas
/ o al purgatorio
pero sí a que nos llamen cobardes
Aunque Sebastian, después de todo, no es tan duro con nuestro mundo porque sabe que desde su microscopio todo está compuesto de verdades nebulosas:
reconocer la imperfección
del sendero
lo falso de los aromas
y del rostro
la lágrima
se refleja en la luz
Y volviendo al mundo de las leyes tal como conocemos, esas leyes que dictan el olvido y la forma como caen los cuerpos, Javier nos relata el poder que tiene el mundo para que conozcamos lo terrible desde la infancia:
Y caer
caer
de seis metros caer
como nunca nadie ha caído de cabeza
contra un bloque de concreto reventado del suelo
por la fuerza vital de una raíz voluptuosa e insurrecta
(pese a todo, todavía odio las esquinas que olvido)
y hablar
hablar con la grieta del piso
(con los sentidos del hormigón)
decirle cosas de su pasado reciente
cuando se fundaron estos barrios de clase media
en esta ciudad desmedida y duplicada por nigromantes políticos
convencer a la grieta de la injusticia de su asfalto de su innecesaria existencia
y ver todo
séver la.
Pero así como hay estas leyes de la caída de los cuerpos y el infante lo va conociendo, otra ley que también conocerá es la ley de la caída en lo voluptuoso:
A vista del niño propicio
les cambia el rostro:
se les sonroja el labro,
el clípeo
la frente
el vértex,
se les hacen agua los palpos labiales.
Combustionan espontáneamente los élitros
sobre sus excitadas alitas libérrimas
para romper al siseo y liberar el Gran Culo al movimiento
Sebastián, a manera de coincidencias, también nos propone algunas cosas cuando nos enfrentamos al otro desde una lógica más cuántica:
Y el tiempo nos marca estas relaciones con el otro, relaciones que nos alejan, nos crean ansiedades y que hace que cada número del reloj tenga su propia forma de ser calculada y eso lo demuestra Javier con estos versos:
A ocho diez
pensé que ya llegabas
a ocho treinta
habías ido al baño
a nueve
se pinchó una fe giratoria
a diez
arrollados por un olvido
a las once sentí pena de mí y de mis imaginarios amigos
y a las doce
me he subido al techo a exigir que aparezcas
aunque sea en la lluvia que amenaza
en un relámpago que me reviente la pena.
Finalmente, ambos universos se unen en un punto, en la interrogación que se hacen los propios poetas a lo que son.
Sebastián:
No me refiero a la célula
a la forma de la barba o de las uñas
a los que viajan
y dejan de existir
Se trata del aliento
que provoca la traslación
de la ola en que me hundo
de la nube
que abre agujeros de gusano
mundo paralelo
donde somos un cíclope
abrazado por la cintura
Javier:
Saudade. Nunca limpiamos la campana y nunca se encendió. Cuando mi madre aprendió a hacer pan yo tuve un enorme apetito por las emociones untadas y los olores dulces. El pasaje al patio era más oscuro por naturaleza y recordaba las fiestas de cumpleaños de mis amigos del barrio, todos los corazones estaban separados por la misma membrana de ladrillo caravista. En pleno apagón y desde allí no se distinguían la leche vencida, los soldados en la calle o el miedo a la inflación.
Para cerrar estas lecturas me remito a uno de los últimos poemas de Antimateria para que entendamos que ambos poetas, con sus voces desde la esencia de la cosas, como átomos para las cosas y la infancia para el hombre, siempre nos van a llevar a reencontrarnos con nuestro vacío y es menester cantarle
CONCLUSIÓN
En esta ocasión haré una lectura entrelazada de Antemateria (2013, Colección Velarde) de Sebastian Miranda Brenes y de Vidas y Muertes de San Jerónimo de Estridón (2019, Aletheya) de Javier Rivera Martínez. Y decido que sea entrelazada pues ambos poetas tienen en común ser químicos de profesión y creo que la figura del entrelazamiento es cara para ellos.
Ya en el terreno de la obras, Sebastian nos propone la poesía desde el reino de la física cuántica - átomos que son versos, voces que vienen desde esa nada aparente. Voces pequeñas y condensadas.
Javier nos poetiza desde los predios de la física clásica - Los versos con sus propiedades acústicas reflejadas en muchas voces y tiempos. Reflejos de su vida en cristales.
El mundo de Javier está plagado de personajes que hablan desde su infancia, hablan con lenguajes y giros que no conocemos si es que el autor no nos da la clave para hacerlo:
el sol
le ve reptar
y saltar
aguas arriba
el sol
leve reptar
salta aguas arriba
el leve sol repta
aguasarriba
mientras le achicharra las escamas*
tras el televisor y el geranio sepia.
*frase coloquial usada en la familia del poeta
En cada punto de sus recuerdos, autores de fuera de ese universo familiar (como Wallace, Montalbetti,Paviot o hasta David Summers de los Hombre G) ingresan con sus frases como si fueran pedazos de la llave que nos puede abrir las puertas de esa vida que ya no existe. Cada epígrafe calza con exactitud de orfebre.
Sebastián por otro parte, nos habla desde ese lugar también misterioso que es la antimateria para arrancarnos dos verdades con las cuales debemos comprender su mundo:
a la poesía la soledad de mis canas
a la muerte el tiempo que ha tardado
y para seguir interpelando a nuestra realidad newtoniana ¿somos considerados cobardes los que aún nos gusta vivir entre los libros o los que damos la espalda a la realidad?
Evadir es la costumbre que tenemos para alivianar el peso
no por ello estamos condenados al exilio a la cámara de gas
/ o al purgatorio
pero sí a que nos llamen cobardes
Aunque Sebastian, después de todo, no es tan duro con nuestro mundo porque sabe que desde su microscopio todo está compuesto de verdades nebulosas:
reconocer la imperfección
del sendero
lo falso de los aromas
y del rostro
la lágrima
se refleja en la luz
Y volviendo al mundo de las leyes tal como conocemos, esas leyes que dictan el olvido y la forma como caen los cuerpos, Javier nos relata el poder que tiene el mundo para que conozcamos lo terrible desde la infancia:
Y caer
caer
de seis metros caer
como nunca nadie ha caído de cabeza
contra un bloque de concreto reventado del suelo
por la fuerza vital de una raíz voluptuosa e insurrecta
(pese a todo, todavía odio las esquinas que olvido)
y hablar
hablar con la grieta del piso
(con los sentidos del hormigón)
decirle cosas de su pasado reciente
cuando se fundaron estos barrios de clase media
en esta ciudad desmedida y duplicada por nigromantes políticos
convencer a la grieta de la injusticia de su asfalto de su innecesaria existencia
y ver todo
séver la.
Pero así como hay estas leyes de la caída de los cuerpos y el infante lo va conociendo, otra ley que también conocerá es la ley de la caída en lo voluptuoso:
A vista del niño propicio
les cambia el rostro:
se les sonroja el labro,
el clípeo
la frente
el vértex,
se les hacen agua los palpos labiales.
Combustionan espontáneamente los élitros
sobre sus excitadas alitas libérrimas
para romper al siseo y liberar el Gran Culo al movimiento
Sebastián, a manera de coincidencias, también nos propone algunas cosas cuando nos enfrentamos al otro desde una lógica más cuántica:
Y el tiempo nos marca estas relaciones con el otro, relaciones que nos alejan, nos crean ansiedades y que hace que cada número del reloj tenga su propia forma de ser calculada y eso lo demuestra Javier con estos versos:
A ocho diez
pensé que ya llegabas
a ocho treinta
habías ido al baño
a nueve
se pinchó una fe giratoria
a diez
arrollados por un olvido
a las once sentí pena de mí y de mis imaginarios amigos
y a las doce
me he subido al techo a exigir que aparezcas
aunque sea en la lluvia que amenaza
en un relámpago que me reviente la pena.
Finalmente, ambos universos se unen en un punto, en la interrogación que se hacen los propios poetas a lo que son.
Sebastián:
No me refiero a la célula
a la forma de la barba o de las uñas
a los que viajan
y dejan de existir
Se trata del aliento
que provoca la traslación
de la ola en que me hundo
de la nube
que abre agujeros de gusano
mundo paralelo
donde somos un cíclope
abrazado por la cintura
Javier:
Saudade. Nunca limpiamos la campana y nunca se encendió. Cuando mi madre aprendió a hacer pan yo tuve un enorme apetito por las emociones untadas y los olores dulces. El pasaje al patio era más oscuro por naturaleza y recordaba las fiestas de cumpleaños de mis amigos del barrio, todos los corazones estaban separados por la misma membrana de ladrillo caravista. En pleno apagón y desde allí no se distinguían la leche vencida, los soldados en la calle o el miedo a la inflación.
Para cerrar estas lecturas me remito a uno de los últimos poemas de Antimateria para que entendamos que ambos poetas, con sus voces desde la esencia de la cosas, como átomos para las cosas y la infancia para el hombre, siempre nos van a llevar a reencontrarnos con nuestro vacío y es menester cantarle
CONCLUSIÓN
no hay verdaderamente más
que átomos y vacío
Demócrito
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